“Pido la paz y la palabra” (Blas de Otero)
OBLIGADOS
A SER HÉROES
El
atentado terrorista de Barcelona no debe quedar en el olvido
Cada día tiene su afán y los afanes varían con el paso de los
días. Los acontecimientos de los últimos días pueden hacer olvidar otros que
nunca cesan en importancia, de manera especial en quienes los sufren. Por eso
hoy quiero recordar a las víctimas del atentado de Barcelona.
En todos
los atentados terroristas salen a colación las víctimas y los victimarios, los
inocentes que murieron y sus malvados asesinos. Es cierto que, unido a ellos, se
habla de los familiares de los primeros también como víctimas pero, quizás de
manera inconsciente, en un grado menor y, por tanto, pronto se tiende a
relegarlos al olvido. Precisamente esta sencilla reflexión quiere rendir
homenaje a estas familias que, por odio y maldad, han perdido a sus seres
queridos y con ello les han dejado un hueco muy difícil, si no imposible, de
llenar.
Después de muchos años, mejor siglos, de enfrentamientos y
guerras de todo tipo parece que nuestra sociedad occidental ha optado por un
sistema, mejorable siempre, de democracia, libertades y respeto a los derechos
humanos. Además, cada vez cala más profundamente en los ciudadanos los valores
de justicia, igualdad y solidaridad como exigencia social y política. Es
precisamente la defensa del sistema que nos hemos establecido y la paz que
anhelamos los que provocan rechazo frontal al terrorismo y a las ideologías que
lo sustentan. Este rechazo doctrinal puede tornarse en visceral en las personas
que sufren de cerca la violencia terrorista. Y no sólo ha de comprenderse su
postura, aun cuando sea airada, sino incluso justificarla.
A veces las familias víctimas del terrorismo se rebelan en su
interior contra la exquisitez de razonamientos provenientes de la “ortodoxia”
bienpensante o de los expertos analistas sobre el terrorismo y su origen. Y
esto porque les cuesta admitir comprensiones justificativas de la barbarie, de
la fuerza destructiva del terrorismo, del mal, en definitiva. Quizás porque su
admisión significaría, aun en sentido laxo, una heroicidad. Y no toda persona posee
aptitud para la heroicidad, ni está llamado a ser héroe. Estas familias,
personas con nombres y apellidos, gritan en su interior, cuando no también en
el exterior, un “por qué” sufriente. Y tienen derecho a no aceptar las
respuestas refinadas de los bienpensantes, porque se antoja que lo más
razonable es el silencio respetuoso y cercano, ya que tal vez no existan
respuestas a su dolor. O al menos para quienes se desconoce si tienen madera de
héroes, algo que nunca debe reclamarse a nadie.
No significa lo anterior que se dude de la sinceridad de
intenciones de los expertos sobre las causas del terrorismo. Tampoco, de los
que proclaman la altura de miras que en todo momento se ha de tener. Tampoco,
de los que hacen correr palabras y tinta sobre la necesidad de educación e
integración, algo evidente y que ha de conllevar respeto a la democracia,
libertades y derechos humanos. Tampoco, de los que afirman que el terror no
proviene de creencias religiosas, porque ninguna religión que comporte guerra y
violencia debe denominarse como tal -será otra cosa-. Tampoco, de quienes insisten
en la marginación o la miseria, pues éstas de por sí no conducen necesariamente
al terrorismo (baste, como ejemplo, la actitud pacífica de vecinos en los
barrios marginales de nuestra sociedad occidental o de otros países en vías de
desarrollo). Entonces, ¿qué es lo que sucede? Quien esto escribe no se
considera bienpensante experto en la materia y, por ende, no pretende, aunque quizás
tampoco sepa, dar una respuesta convincente. Además estima que sería
convertirse en portavoz del dolor de las familias víctimas y no es tan osado
como para hacerlo. De lo que sí está seguro es de que estas víctimas exigen
firmeza ante el mal: firmeza en las defensa de sus libertades; firmeza y
seguridad para una vida en paz; firmeza en la aceptación por todos los
ciudadanos -provengan de donde provengan- de los derechos y deberes
constitucionales. Sólo así el “no tengo miedo” voceado en la manifestación contra
la acción terrorista de Barcelona puede ser asumido con realismo. Sólo así
puede apostarse con garantías por un futuro en paz y armonía en el que el
diálogo, el respeto y la no violencia sean los principios de las relaciones
humanas.
En medio del dolor y también de la ira e incomprensión, a
veces, de las familias víctimas, como Blas de Otero, “pido la paz y la palabra”:
la palabra como vehículo de la paz y de la convivencia, sabiendo que estas
familias víctimas no están obligados a una heroicidad inserta en el vacío
inmenso que han dejado sus hijos, hermanos, padres o familiares.
A
la víctima número 15 de Barcelona del 17 de agosto de 2017, Pau Pérez Villán;
a
todas las víctimas. D.E.P.
A
sus familias
Al abrir este blog deseé que uno de sus
apartados estuviese dedicado a la expresión de mis opiniones bajo el epígrafe
de “Pido la paz y la palabra” de Blas de Otero, aunque dudaba de que alguna vez fuera a utilizarlo.
Siento que haya sido un ataque terrorista lo que me haya inducido a
inaugurarlo.
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